lunes, 26 de abril de 2010

SARITA DINAMITA

Aquella mañana me levanté sobre las ocho como de costumbre y el líquido que resbalaba por mis piernas me anució que aquel no iba a ser un día cualquiera.


Llamé a Papá y me duché. Tras acicalarme, emprendimos el viaje para conocerte. La bolsa, meticulosamente preparada hacía más de dos meses, esperaba inquieta en el armario de tu habitación y apenas dolía nada.

La fiesta empezó pasado el mediodía y acabó sobre las 9:30 de la noche. Yo, extasiada, rompí a llorar al oírte gritar tras un sufrimiento fetal y una incisión que me marcó para el resto de mi vida.

Ya han pasado tres años desde aquello y no he conseguido olvidar el olor de aquella gélida habitación, el calor prestado de la mano del anestesista cuando me acariciaba el cabello y la sensación de notarte salir desde adentro, como si te arrancaran.

Fue una niña, una niña de cristal y de noble linaje, es más, ella anda convencida de que es una auténtica princesa. En numerosas ocasiones, corretea y tras fingir un pinchazo, se desvanece y espera que el beso de quien más cerca se encuentra, le devuelva a la vida. Sus gestos, minuciosamente impensados, la hacen parecer delicada como una alevilla y con su frescura infinita, nos aliña la vida.

Mamá.


miércoles, 21 de abril de 2010

MI MANTRA PARTICULAR




Esta mañana, como otros tantos días, me atendió al teléfono. Su voz, casi como un susurro me invitó a tomar café y sin dudarlo, la abordé en la cafetería más cercana a su trabajo.

Es una mujer bajita, de gran espíritu y dulce como la vainilla. Sus tacones, siempre de vértigo, la acompañan allá donde va, y los pantalones no forman parte de su vestuario cotidiano. De un tiempo a esta parte, se ha cortado el cabello con un flequillo que todavía la hace parecer más joven, a lo que se suma que su dulzura se agudiza en primavera y su temperamento se adapta al estado de ánimo de sus amigos.

No puedo más que agradecerle los momentos en que la llamo y siempre está ahí, las veces que es capaz de calmarme sólo diciendo "....traaaaannnnquilaaa, que tot eixirà beeeeeee" y yo....como Woody Allen en la película "La maldición del escorpión de Jade" voy donde tengo que ir como hipnotizada, convencida de que lo que hago es lo correcto y además nadie podría hacerlo mejor que yo.

Lo cierto es que no encuentro la manera de recompensarle tanta quietud: puede ser que con más Moët, puede que con unos Chuminga de la serie Classics de Manolo Blahnik (los de la foto) e indudablemente, haciéndole saber con el presente, que me siento enormemente afortunada de tener la suerte de poder estar junto a ella.

Un saludín.









martes, 20 de abril de 2010

COMO DOS NINFAS


Hoy no me esperaba nadie en la parroquia como de costumbre, para inundarme de problemas a los que, de tanto en tanto, me siento desbordada y apenas puedo alzar los hombros para acabar derivando a servicios sociales


María, una mujer de color que atiende mañana y tarde a todo "quisqui" que aterriza por allí, se aquejaba de una gastroenteritis y recortaba banderines con Agu; al parecer están preparando un "no se que" de la catequesis que las viene trayendo de cabeza.
Las niñas, siempre con pañuelos en la cabeza, revoloteaban como de costumbre junto a su madre, que también tiene la extraña costumbre de cubrirse la cabeza con turbantes y gorras, escondiendo un bonito pelo plagado de caracoles. Tras recibir un beso de cada una, les pregunto por esa extraña manía de cubrir sus cabezas y, un tanto sonrojadas explican con aclaraciones de mamá, que fueron atacadas por pequeños intrusos y que la manera de exterminarlos fue cortando el cabello - en casa y sin luz - matiza la madre zanjando el tema.
Tras poco insistir, rapto a las menores en mi coche y aparezco en el estilista, quien viene de un tiempo a esta parte arreglando "crisis existenciales" de diversos miembros de mi familia. Tras observar el cabello de las niñas... resopla y como siempre, encuentra una rápida solución para que ambas se sientan como verdaderas princesas.
Primero, la mayor deja que le laven el cabello y observa con serenidad los movimientos de cada una de las chicas que allí trabajan mientras la hermana ríe y comenta cada uno de los potingues que le van aderezando el cabello, inquieta porque sabe que la próxima es ella.
Con una serenidad pasmosa, el estilista de mi vida, reinventa cada uno de sus peinados y finalmente una vergonzosa sonrisa escapa de la cara de Blanca al verse preciosa en el espejo y Lucera, como le gusta que la llamen, aunque con el pelo un poco más corto que su hermana, relame una piruleta y comenta lo asombrado que quedará el hermano al verlas tan bellas. Sus sonrisas comparten como siempre una complicidad infinita.
Finalmente regresamos al punto de partida y, como dos ninfas corretean enseñando a todo el mundo sus nuevos peinados que, sin lugar a duda , no solo las hacen estar más bellas sino... más felices. Ojalá todo fuera tan fácil.